Los primeros documentos escritos sobre el olivo que se conocen son
unas tablillas micénicas en barro, procedentes del reinado de Minos
(2500 años a. C.) que dan testomonio de la importancia del aceite de
oliva para la economía cretense.
Por su parte, los griegos recogieron en su legislación medidas para proteger los olivos y disposiciones para favorecer su plantación y punitivas para quienes los arrancasen. Posteriormente, los romanos fueron grandes consumidores de aceitunas y de aceite de oliva procedentes de Hispania y, más concretamente, de la Bética (actual Andalucía).
Por su parte, los griegos recogieron en su legislación medidas para proteger los olivos y disposiciones para favorecer su plantación y punitivas para quienes los arrancasen. Posteriormente, los romanos fueron grandes consumidores de aceitunas y de aceite de oliva procedentes de Hispania y, más concretamente, de la Bética (actual Andalucía).
Desde la antigüedad, al olivo se le ha considerado en la cenca
mediterránea como símbolo de la paz y de laa amistad y a su aceite se le
han reconocido virtudes curativas, saludables y religiosas.
No se conoce con precisión la época en que se inició el cultivo del
olivo en España, aunque la tesis más aceptada señala a los fenicios o a
los griegos como los introductores; no obstante, su cultivo alcanzó
importancia a partir de la llegada de Escipión (211 a. C.). Durante la
era romana, el comercio del aceite obtenido de los olivos de Hispania se
extendió por todo el mundo romano occidental. Así lo acreditan los
abundantes restos de las ánforas con marca de la Bética, utilizadas para
su transporte a lo largo de los grandes ríos europeos: Ródano, Garona,
Rin y Alto Danubio.
Sin embargo, la mayor parte del comercio del aceite bético fue
controlado y absorbido por la población de Roma. Aún hoy puede visitarse
en Roma el monte Testacio que está íntegramente formado por los restos
de las ánforas de la Bética, perfectamente reconocibles por su marca de
origen, con las que se abastecía de aceite la capital del imperio. Este
floreciente comercio del aceite de Hispania provocó la expansión del
cultivo del olivar por todo el valle del Betis (actual Guadalquivir),
que se extendió hasta las laderas de Sierra Morena. Los molinos de
aceite se localizaron en el centro de los bosques de olivos y las
industrias de ánforas en las riberas de los ríos (Guadalquivir y Genil,
principalmente).
Su importancia también está reseñada durante la dominación visigoda,
con un importante avance de la olivicultura; mientras que fuentes árabes
muestran la abundancia y extensión de los olivares en todo el valle del
Guadalquivir.
La importancia que concede Alonso de Herrera al cultivo del olivo en
su “Agricultura General”, pone de manifiesto la gran extensión que
ocupaba en la primera mitad del siglo XVI. Así parecen confirmarlo
también los numerosos restos de olivares que se encuentran en la
actualidad por toda nuestra geografía. La presencia de viejos olivos
aislados o de grupos irregulares diseminados, dan testimonio de las
antiguas plantaciones.
La construcción de la red de ferrocarriles en el siglo XIX, indujo la
extensión del cultivo en las zonas del interior, hasta completar el
mapa del olivar en España. En la actualidad, el cultivo del olivo está
nuevamente en fase expansiva, sobre todo con plantaciones intensivas en
regadío, a las que se aplican técnicas de olivicultura avanzada.

No hay comentarios:
Publicar un comentario